Qué dficil es crear y que fácil destruir. Demasiado fácil. Mucho tiempo intentando crear una sólida base sobre la que contruir un futuro y todo desaparece al paso de crisis inaplacables. Como si de un huracán se tratara, después del devastador efecto y al oscuro abrigo de la oscuridad, te quedas mirando con dolor, rabia e impotencia los restos de una relación que no ha sobrevivido al ataque de nuestro peor enemigo, Nosotros.
Cuando llega el momento, sobran palabras y falta aire. Inspiras hondo pero no parece suficiente. Es como si el oxígeno decidiera también abandonarte y te dejara respirando aire pobre, viciado. Expiras de forma pausada, aunque necesitas que el tiempo pase rápido. Detrás de ella, también se van tus fuerzas, como soldados arrepentidos de haber luchado en una guerra injusta. La tristeza se acerca lentamente, con lángidos pasos y sombras de oscuro azabache. Viene a buscar tu compañía y, con tus fuerzas en el exilio, te fundes en sus entrañas. A la tristeza sólo le acompaña la muerte y te conviertes en un peligroso miembro de su club macabro. Ahora hay que encontrar un punto de luz, como si de una estrella lejana se tratara, para volver a la realidad y evitar adentrarse en caminos que sólo la tristeza y la muerte conocen.
Para seguir la luz hay que mirar con la cabeza erguida, y tan sólo levantar mirada es un acto tras el que se esconde el miedo a volver a tener esperanza.
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